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El Globo

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Seco y caliente. Todo a su alrededor era seco y caliente.

La arena que pisaba era gruesa y se clavaba en sus pies, pero era preferible a tenerlos atrapados dentro de los zapatos, por lo que se había desecho de ellos hacía tiempo. El viento que en tantas ocasiones brindara alivio llevándose un poco del calor, ahora solo le robaba su preciada hidratación para reemplazarla con granos arena.

Y encima de todo, literalmente, estaban los soles. Tres malditos soles surcando el cielo y trazando un círculo desquiciado que agregaba a la sensación de estar siendo asado lenta y concienzudamente.

Hacía rato que se había quitado la camisa para sostenerla por encima de su cabeza y proteger al menos su cara y cuello de los inclementes rayos solares pero era inútil, toda su piel estaba reseca y ardía, lo único que lograba era parecer una especie de espectro. Uno que camina por el desierto sin rumbo, sin esperanza.

¿Cuánto tiempo llevaba caminando? Y más relevante aún, ¿Hacia dónde se dirigía? No había forma de saberlo, los tres idénticos soles simplemente giraban en un ciclo sin fin como si se burlaran de todo aquel que quisiera usarlos para navegar. Había escuchado rumores de algunos pueblos cercanos al llamado desierto de la perdición –y vaya si el nombre era adecuado– en donde los ancianos habían aprendido a diferenciar los tres astros tras una vida de observarlos, pero para él y sus fatigados ojos no eran más que tres esferas idénticas que contemplaban pacientemente como la vida se escapaba de su cuerpo.

Y por supuesto estaba el globo. Ese condenado globo que flotaba cerca de él desde que despertó en medio del desierto sin saber cómo había llegado allí y que lo acompañaba por su caminata de muerte.

Hacía ya rato que había desistido en sus intentos de hacer contacto con los tripulantes del globo, pues no había respuesta alguna. Por más que gritara o hiciera señas, el globo seguía inmutable. Al principio pensó que era un producto de su imaginación o quizá estuviera allí por casualidad, que se hubiera soltado de sus amarras sin nadie que lo controlara y había terminado allí con él.

Claro, era solo su mente tratando de convencerse de que no había alguien allí arriba mirando como lentamente el desierto acababa con su vida mientras caminaba sin rumbo.

Pero sí había alguien allí, estaba seguro.

Desde que comenzó a caminar buscando algo con qué hacerle señas, o con lo que ubicarse o comida o cualquier cosa que no fuera arena, notó que el globo lo seguía. Así que dejó de intentar contactar al vehículo volador y en cambio quiso huir de él.

Pero era inútil, sin importar cuanto corriera, el globo se mantenía cerca mientras él solamente conseguía perder más rápidamente el precioso líquido que lo mantenía vivo. Alguien allí arriba lo estaba siguiendo, observando cada paso que daba hacia la muerte. Y seguramente disfrutaba de ello.

Con una mezcla de horror y resignación cómicamente envueltos en una fina capa de osadía, decidió que si era un espectáculo lo que querían, sería uno largo y aburrido. De modo que caminaría, con un ritmo lento que le durara lo más posible y lo haría en línea recta para sacar la mayor ventaja de cada paso. Por más terrible que fuera, el desierto de la perdición no era infinito, en algún momento llegaría a algún lugar, solo tenía que hacerlo antes de que se le acabara la vida.

Pero su determinación inicial iba mermado, se quedaba en la arena a cada paso que daba, se lo llevaba el viento cada vez que soplaba su aliento de fuego.

Los ojos le dolían, su visión comenzaba a nublarse y finalmente tropezó. Cayó de bruces en la arena ardiente y ésta halló camino hasta su garganta, añadiendo al calor y la resequedad general. Furioso y adolorido, se levantó y dio un largo grito al globo, o quizá fuera a los soles o al mismo desierto.

De cualquier forma, de inmediato se arrepintió, pues al caerse y levantarse sin consideración, había perdido la dirección que seguía, se encontraba parado en un borrón sin forma reconocible así que buscó sus pasos en la arena pero el viento ya los había borrado, todo era exactamente igual en cualquier dirección. Todo era desierto.

Miró un momento hacia el globo, se encontraba un poco a su derecha pero ¿siempre había estado allí? ¿No estaba su espalda? No lo recordaba, se había empeñado en quitar el maldito globo de sus pensamientos y ahora no recordaba desde qué dirección lo había estado observando.

Sintió como su voluntad se quebrantaba, la fuerza lo abandonaba y sus piernas no lograban sostenerlo. Cayó en la arena una vez más sabiendo que no se levantaría de nuevo. A pesar de su estado de deshidratación, una ínfima lágrima alcanzó a llegar a sus ojos. Dejó que la sombra del sueño lo abrazara y se olvidó de todo.



Una ráfaga de terror lo despertó.

Alguien había gritado, estaba seguro, pero no lo había escuchado, por un breve instante había sentido que alguien gritaba con un horror y dolor que superaban ampliamente los suyos.

Todo el cuerpo le dolía, la piel estaba más enrojecida que antes y su garganta se sentía como un nudo de alambres oxidados. Aun así, el miedo que había sentido fue suficiente incentivo para forzarse a levantarse.

Sus rodillas se quejaron inmediatamente pero las ignoró, algo había cambiado. Miró a su alrededor y todo parecía estar como antes, arena hasta donde alcanza la vista, tres soles inmisericordes en el cielo y el globo. Era el globo, estaba descendiendo.

Con un esfuerzo sobrehumano caminó hacia él, puesto que no se limitaba a caer en su lugar, sino que parecía planear alejándose lentamente.

Mientras ganaba velocidad en sus pasos, un pensamiento cruzó su mente. Puede que lo hagan a propósito, quien quiera que esté en ese globo pudiera estar descendiendo lentamente solo para escapar de nuevo en cuanto lo vieran recuperar alguna esperanza.

Apartó la idea rápidamente, no había forma de que ese grito fuera parte de algún plan, y tampoco había sido una alucinación, se había sentido demasiado real.

Cuando comenzaba a sentir que se agotaban sus fuerzas, el globo aterrizó no demasiado lejos. Alcanzaba a ver la góndola pero no distinguía lo que había en su interior.

Conforme se acercaba, algo llamó poderosamente su mirada. De la góndola provenía un leve destello. Al verlo, sus pasos fueron más firmes, su andar más rápido. El brillo lo guiaba como un faro que apareciera de entre la niebla y devolviera la esperanza a su vida. Como el susurro de un amante, lo llamaba y demandaba su completa atención. Cuando lo alcanzó lo tomó con manos temblorosas, no podía creer que tanta belleza existiera en un objeto que cabía en su mano y era casi completamente transparente.

Abrió la botella y vertió su contenido en su castigada boca. El agua inundó su garganta y el alivio hizo lo mismo con su persona. Intentó que cada gota terminara adentro pero su regocijo era demasiado para mitigarlo con precauciones.

Cuando el preciado líquido se agotó, tenía mojada toda la cara, así como el pecho e incluso parte de sus piernas. Su estado de éxtasis acuoso se desvaneció y reparó en lo que estaba frente a él.

Era definitivamente un globo de transporte. Una gran recámara inflable atada a una góndola diminuta en comparación pero cuyo único muro cilíndrico era tan que llegaba a la frente. Desde afuera del vehículo solamente se veía lo que estaba sobre el tablero de navegación, que fue donde encontró el preciado líquido. Ahora que estaba tan cerca podría mirar dentro y averiguar quién observaba cómo el desierto lentamente se llevaba su vida.

Sin pensar más tomó el borde de la góndola con ambas manos y se alzó para examinar su interior. La escena que encontró hizo que se soltara inmediatamente, se tirara de rodillas en la arena y vomitara el líquido que le había devuelto algo de vitalidad.



El ciclo de los tres soles igualmente inmisericordes había dado media vuelta completa desde que el globo aterrizara en la arena. Ahora la nave se encontraba nuevamente en el aire y tripulada por un solo individuo.

Sin embargo el que antes caminaba por la arena se había convertido en capitán de la nave y se dirigía a su hogar. Mientras que el anterior había sido

asesinado

dejado atrás, sepultado en el desierto.

Además de una amplia gama de instrumentos de navegación, el nuevo capitán había encontrado

sangre por todos lados

suministros suficientes en el globo para saciar su hambre y sed. Eso claro tras recobrar su apetito, pues había estado terriblemente cerca de  

marcas de garras y dientes

morir de inanición. Era obvio que el viejo capitán había previsto estar en el aire por un largo período de tiempo y quería estar cómodo. Sin embargo, alguien

no, algo

había frustrado sus planes inesperadamente.

A pesar de una constante sospecha de que algo similar podría ocurrirle, el nuevo capitán se alegraba de ya no estar caminando por la arena ardiente bajo los rayos de tres inclementes soles. Afortunadamente sus temores

las heridas eran frescas, recientes

no se vieron realizados. Arribó sano y salvo al poblado más cercano, donde destruyó el condenado globo que había llevado a una cantidad incierta de víctimas en un viaje sin retorno al desierto. Se consoló pensando que al viejo capitán le habían quitado al menos

ambos ojos y media cara

la oportunidad de continuar lastimando personas.

Ahora sin una nave que comandar, el nuevo capitán continuó con su vida en tierra, asegurándose de nunca volver a estar cerca del desierto.
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